La resiliencia organizacional como herramienta para la reactivación del turismo social y solidario en un periodo post-crisis sanitaria.
Con la aparición de la enfermedad ligada al coronavirus en todo el planeta, el sector del turismo social y solidario, al igual que muchos otros sectores económicos, se encuentra en grandes dificultades.
Las consecuencias son múltiples. Las empresas turísticas, como muchas otras, se enfrentan a un descenso o a una interrupción de la actividad, por lo que deben recurrir a la reducción de la jornada laboral y a la solicitud de asistencia financiera, en la medida de lo posible.
La pandemia de Covid-19 también ha tenido un gran impacto en varios aspectos de nuestra vida cotidiana. Las medidas de distanciamiento y contención social impuestas por la mayoría de los gobiernos han provocado un cambio drástico en nuestra forma de vida, como son el paso hacia el teletrabajo y la educación a distancia, la proliferación de herramientas digitales de uso cotidiano, el uso obligatorio de mascarillas y muchas otras. Todos estos cambios en diversas facetas de nuestra vida no tienen precedentes, especialmente en la vida cotidiana de las poblaciones africanas.
La pandemia también ha tenido un impacto muy negativo en los distintos sectores de la economía, afectando también a todas aquellas personas que se encuentran en el sector informal. De hecho, las cadenas de valor se han roto y las actividades económicas generadoras de ingresos para las mujeres y los jóvenes no escolarizados, que constituyen verdaderos medios de subsistencia, se han ralentizado o incluso se han detenido, y la pobreza ha aumentado considerablemente.
El continente africano no se ha librado de la pandemia y sus efectos negativos. Aunque los gobiernos han sido capaces de responder rápidamente al desafío y adaptarse a él, aunque con dificultad, no podemos dejar de señalar el impacto duradero de la Covid-19 en los países en diversos niveles. El sector de los servicios ha sido el más brutalmente afectado, sobre todo el sector turístico, donde se han perdido muchos puestos de trabajo.
Además de esta crisis sanitaria, los países de la franja sahelo-sahariana han sido objeto de atentados terroristas que han provocado desplazamientos masivos de la población interna hacia los campos de refugiados. El efecto combinado de estas tragedias conlleva una considerable pérdida de puestos de trabajo y una alteración de las cadenas de valor que se traduce en una mayor exclusión social y un alto índice de contagio de enfermedades virales.
Por lo tanto, es imperativo establecer modelos multiformes de ayuda, incluidos los planes de turismo social, para restablecer un mejor equilibrio en nuestras sociedades.
En este sentido, las empresas de inserción mediante la actividad económica (EIA), que son estructuras de la economía social y solidaria, son buenos vectores para la lucha contra el desempleo y la exclusión.
Las medidas de acompañamiento para estas empresas son importantes y es necesario que tengan acceso a medidas adaptadas y más específicas, para generar un clima de confianza y permitir que se materialicen nuevas oportunidades.
En conclusión, está claro que los cambios organizativos adoptados para el sector turístico, que sigue siendo una actividad transversal, son un paso en la dirección correcta.
Sin embargo, en el mundo posterior a la crisis sanitaria, tendremos que avanzar hacia una sociedad y, por tanto, una economía de bien común. Esta desafortunada situación demuestra una vez más, y en demasía, que el statu quo nos llevaría directamente al abismo. Después de la pandemia, el imperativo de fortalecer la economía no deberá ir en detrimento de los asuntos sociales y ecológicos. Será necesario reajustar tanto la economía, como lo social y lo medioambiental.