La crisis del coronavirus ha supuesto un truncamiento repentino de nuestra vida cotidiana. Entre las diversas esferas de actividad que se han visto afectadas; el turismo, en tanto que es una actividad que se basa en la movilidad y el contacto humano, ha sufrido de manera directa las consecuencias de las políticas para la contención del contagio.
Sin embargo, y aunque este año y posiblemente los próximos sean complicados para las empresas del sector, el turismo como actividad no parece que vaya a extinguirse en un futuro a medio plazo. Podemos intuirlo a través de los testimonios que encontramos en las redes sociales donde vemos que las personas esperan con ansias la oportunidad de volver a encontrarse con sus amistades y seres queridos; así como de salir de su hogar y visitar lugares distintos que no han estado a su alcance durante estos meses de confinamiento. Así, puede incluso que, en el futuro, se reafirme el valor que aporta el viaje a nuestra experiencia vital y
aumente el interés por el viajar.
No obstante, y aunque afirmemos que la motivación de hacer turismo no va a desaparecer, no podemos negar que existen diversas miradas sobre el turismo que obligan a repensar el sector. Por un lado, durante el escenario pre-pandémico la sociedad había tomado conciencia de las externalidades negativas del sector turístico. En esta línea, la época de confinamiento ha hecho posible confirmar el estrés ambiental al que estaban sometidos los destinos turísticos, siendo uno de los temas recurrentes la cristalina agua de los canales de Venecia ola reducción abruptadel tráfico aéreo. Por otro lado, la crisis generada por la pandemia ha hecho aún más
urgente la necesidad de asegurar y dignificar los trabajos turísticos. Otros aspectos que pueden marcar las nuevas formas de hacer turismo son la necesidad de establecer un contacto auténtico entre residentes y visitantes, siendo necesario para ello promover espacios de encuentro entre ambos grupos para evitar la vacuidad de algunos espacios urbanos intensamente dedicados al turismo. Además, es innegable que la covid-19 y sus efectos, así como el sufrimiento personal de cada caso concreto, ha generado un contexto de miedo ante cualquier acción que percibamos que aumente el riesgo de contagio y, como individuos, se nos ha cargado con la responsabilidad de minimizar la expansión de la pandemia.
En este sentido, las empresas y destinos turísticos deben ser capaces de integrar estas diferentes dinámicas y adaptarse a los nuevos escenarios que puedan aparecer del diálogo entre los distintos aspectos señalados.
En este contexto aparece como relevante el concepto de la ética. Esto es así por dos razones. En primer lugar, porque la ética, como disciplina, se ocupa no tanto de un conocimiento descriptivo de la realidad, sino que se basa en un saber práctico, permitiendo reflexionar sobre cómo debería ser la configuración de la realidad. En una época de incertidumbre como la que vivimos y en la que, como hemos dicho, el turismo debe dar una respuesta a la confluencia de distintas tendencias, la aproximación reflexiva y propositiva de la ética es de utilidad para bosquejar y definir nuevas estrategias y buenas prácticas. En segundo lugar, porque entender el turismo desde la perspectiva ética permite situar en el centro del discurso turístico valores como por ejemploel diálogo, la confianza, la hospitalidad, la responsabilidad social, entre otros. Valores que permiten redefinir qué papel deben jugar las empresas turísticas y las administraciones en el destino turístico para establecer una relación de confianza con la sociedad, así como también poner en el centro de la actividad turística a la dimensión humana del turismo, esto es, al encuentro activo entre personas de distintos orígenes. Es de este modo que la ética puede contribuir a convertir la situación actual en una oportunidad de transformación para un turismo que contribuya positivamente tanto a la sociedad del destino como al mismo viajero ofreciéndole una experiencia realmente transformadora.