La macroeconomía en épocas de conciencia social. Así debería ser denominada esta etapa de la historia de la humanidad. Sin embargo, en momentos cruciales como estos, nos es menos importante ir hacia lo micro, a mirar alrededor y entender nuestras relaciones, nuestras oportunidades y aquellos desafíos autoimpuestos como normales en la rapidez del mundo pre-coronavirus. Es necesario para ello desacelerar y hacer una pausa reflexiva, pero con prospectiva y con propuestas de acción desde nuestras vivencias, desde nuestros vecindarios – desde nuestra realidad local.
Pese a la carga informativa que recibimos día por día, esta reflexión inicia por querer ser menos egoístas, por re-aprender a ser más empáticos; por entender que mientras algunos nos mantenemos a salvo, también vive un prójimo con más miedos por una grave situación económica que escapa de su control. Inicia por entender que, al sentarnos diariamente a la mesa, también hay personas que tienen menos y que ven el futuro con ojos menos optimistas. Esperar ser menos egoístas parte también por reconocer que la desigualdad se tiñe de diferentes colores y que cualquiera puede haberlos usado sin que nos hayamos dado cuenta. Ni más ni menos.
Es precisamente esta desigualdad la que ha demostrado la vulnerabilidad de nuestros estados, la que con la inclusión de un virus pandémico terminó por golpear los orgullos nacionales y de desnudar las débiles estructuras de muchos gobiernos.
En este mirar entre nuestras micro-realidades y lo vulnerable de nuestra macro-sociedad, encontramos simultáneos esfuerzos por equiparar un bien común; un punto de equilibro social, que continúe con el cierre de desigualdades y que, al menos por ahora, no debilite más nuestras estructuras. Estos esfuerzos han resaltado la necesidad del “buen gobierno” y su capacidad de re-construirse en base a sus sectores productivos. Uno de ellos, el turismo.
El turismo ha sido afectado como consecuencia de la pandemia. Los países cerraron sus fronteras y las líneas aéreas dejaron de comercializar vuelos; los hoteles cerraron ante la ausencia de huéspedes y los restaurantes, salvo modalidad “delivery”, dejaron de ser el espacio de reunión diaria. A la industria completa se le impuso una pausa.
El lazo común a esta afectación es el temor. Aún superado el virus, este propiciará una disminución en los traslados locales y de un país a otro; los viajes, probablemente, no serán los mismos, los hábitos de consumo turístico cambiarán definitivamente y en ese sentido, el hábito del turista también lo hará y de una forma más notoria. No obstante, pese al temor y las nuevas próximas fórmulas de visita, lo que no cambiará será aquella necesidad de conocer, de encontrarse en entornos diferentes, de satisfacer el ocio y aprender de las diferencias, que los viajes han podido lograr, como ningún otro sector.
Parte de estas razones dan respuesta a que la mayoría de las soluciones planteadas por expertos para reactivar el turismo (y en la que concordamos) es enfocarse especialmente en el turismo interno. No solo por el mero miedo de la gente a visitar otros países, sino porque la economía familiar se focalizará en cubrir las necesidades más básicas y el presupuesto antes destinado para disfrute del ocio fuera de fronteras derivará en otras prioridades y facilidades. Pero más allá de eso, desde hace muchos años y para muchos países, el fomento del turismo interno - sobre todo durante temporadas bajas - ha tenido un aliado importante: el Turismo Social.
Países como España, Portugal, Francia, Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, México, entre otros, tienen políticas y programas que fomentan el disfrute del tiempo de ocio de diferentes públicos (escolares, jóvenes, personas con discapacidad, familias, adultos mayores, mujeres, trabajadoras del hogar, trabajadores rurales, por citar algunos), entendiendo que son estos públicos objetivos merecedores también de los beneficios físicos, sociales, psicológicos que les brindaría el ser turistas y que esto a su vez ayuda a que los destinos que sufren de esta marcada estacionalidad (o que están en busca de posicionamiento) puedan mantener un flujo casi constante durante los meses de estancamiento. En consecuencia, este flujo constante logra que los servicios turísticos y su cadena productiva local puedan aportar en la dinamización económica del destino.
Existe documentación a la cual recurrir y donde se puede ahondar respecto del éxito de dichas políticas y programas en relación a la oferta (mayor retorno al erario público por concepto de tributaciones en contraprestación con la inversión) y en relación a la demanda (niveles de satisfacción de los beneficiarios).
Los casos de éxito de programas de turismo social, en Latinoamérica, incluyen evidencia de cambios en públicos a los que van dirigidos, logrando de un tiempo a esta parte nuevos hábitos de consumo que incluyen el gasto en turismo y recreación y la participación continua del Estado en la promoción, fomento y ejecución de estos programas.
En particular, el público objetivo del Turismo Social es de especial interés. Según el Fondo de Población de la ONU, dentro de una década, habrán más de mil millones depersonas que superen los 60 años. Este grupo etario a nivel mundial ya está generando
un “boom” y previo al COVID-19 se estimaba que podría alcanzar el 40% del mercado turístico, y que además posee una característica muy valorada: la libertad de tiempo.
Por otro lado, en cuanto a los jóvenes, estos cada vez viajan más, más lejos y buscan experiencias cada vez más auténticas. Según el reporte “La fuerza del turismo joven”, elaborado por la asociación WYSE Travel Confederation en colaboración con la OMT, el turismo mundial de jóvenes representa aproximadamente 190 millones de viajes internacionales al año, y, antes del COVID-19, se estimaban 370 millones de jóvenes turistas para el 2020.
Esto es solo por mencionar a dos de los públicos objetivo. Es por todo ello, que la decisión del Estado de implementar medidas de política turística que reactiven la demanda - en estos contextos – tiene las garantías de cimentarse en que el Turismo Social ayudará no solo a cumplir con lo que establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos -respecto del descanso, el disfrute del tiempo libre y las vacaciones periódicas pagadas- y el Código Ético Mundial para el Turismo, sino que además ayudará a propiciar el beneficio económico del sector y el bienestar de los públicos del turismo social (en su mayoría, capas poblacionales históricamente excluidas del turismo). Es, en suma, una respuesta a una política pública del turismo que urge de medidas que consideren a los más vulnerables y les garantice un desarrollo integral, sin desmerecer las consideraciones económicas que hagan sostenibles dichas políticas.
El Turismo Social tiene un fondo en el cual se acortan brechas y se unifica socialmente al país. Tiene como efectos la reestructuración de las políticas públicas de turismo con un enfoque más integral, más humano, más solidario, más sostenible y en
consecuencia más justo; y es en esto en donde nuestra visión respecto de lo que se le pide al nuevo turismo cobra mayor relevancia.
Sin duda, el Turismo Social ha demostrado, hasta ahora, ser indisociable del Estado y las finalidades que este busca para el bienestar de su población. Con ello en consideración, es importante resaltar que el acceder a vacaciones genera en la población una mejora en su calidad de vida, y que esto decantará en más ciudadanos físicamente activos, cohesionados, psicológicamente saludables y menos afectos al estrés. Esto a su vez, puede propiciar una disminución en la demanda de servicios públicos de salud; en especial, de salud mental; puede propiciar que la población se sienta menos excluida, más valorada y en consecuencia supere sus sentimientos de frustración que en ocasiones generan conductas socialmente nocivas. No menos importante, que aquellas agencias de viaje (y los negocios conexos a la experiencia turística) cuenten con estabilidad de ingresos durante todo el año.
Tal como lo han manifestado en el documento “Tourism as a form of social intervention”, el turismo social, por sus efectos inmediatos en los beneficiados, comparado con el costo de otras medidas sociales que persiguen los mismos objetivos, puede considerarse como la medida más eficiente.
Y para nosotros, ante la coyuntura, toda propuesta que nos despoje del egoísmo e indiferencia actual, desde nuestra conducta en el día a día hasta el diseño de políticas públicas, aporta a la consigna mayor que todos debemos considerar incansablemente necesaria: “para todos la luz, para todos todo”.